Sacudía el mate, tapando la boca
del mismo para sacarle un poco de polvo a la yerba. Levanto la vista y veo a un
grupo de jóvenes que me miraban con curiosidad, con desconcierto, “¿what is
that? (¿qué es eso?)” me preguntó uno de ellos. Nigeriano, él, de solo 17 años,
“si, ¿Qué es eso?” se animaba un alemán, y se acercaban una croata, una
tailandesa, un egipcio, un austriaco, una serbia, mientras que de lejos miraban
un par de chinos. “Mate” dije, que es un tipo de té, comenté para salir rápido
del paso y decir algo que es una verdad a medias. Me rodearon y veían con
atención como cebaba uno y como me lo tomaba. El alemán se animó a probar, y
los demás atentos miraban su reacción. Puso una tremenda cara de asco y los
demás retrocedieron como si se hubiese infectado algo contagioso. “Pasa que yo
lo tomo amargo, con azúcar pasa mejor”. “Es rico, me gustó” dijo Cedric
agregando que lo que le sorprendió es que estuviese caliente, pero que era
rico, de todas maneras, ningún otro se animó a probar. Pero desde ese día, en
Shanghái en el contexto de un campamento de entrenamiento para jugadores
clasificados para los juegos olímpicos de la juventud, Martín, el jugador
argentino clasificado, y yo, nos hicimos visible y Martín hizo varios nuevos
amigos.
Sentado alrededor de la mesa
rodeado de cinco saudíes, un australiano, una suiza, tres alemanas, un mexicano
y una jordana, tomaba mate tranquilo en Bad Aibling, un pequeño poblado rural
ubicado a unos 50 kms de Múnich, Alemania. Fui con Martín a un centro de
entrenamiento muy prestigioso para que el jugador argentino realice su
entrenamiento específico después del intenso campamento en China y que cerraria su preparación para los Juegos Olímpicos de la Juventud. Uno de los
saudíes, de tan solo 21 años, me preguntó, tímidamente, que estoy tomando.
“Mate” dice Bara, la chica jordana, es lo que toman los sirios, afirma con
seguridad. No puede ser, dije, Martín también se sumó a mi descrédito, al igual
que Santiago y Francisco, dos chicos argentinos que también entrenan en ese
centro. Si, reafirmó ella, es mate, lo que toman los sirios. ¡¡Que no!!
insistí, debe ser algo parecido, solo se toma en algunas partes de Sudamérica,
le dije. No, respondió y, como hacen los jóvenes hoy para argumentar, ratificar
o rectificar algo, sacó su celular y se puso a escribir. A los pocos segundos,
su cara se iluminó de triunfo y me mostró. ¡¡No lo podía creer!! Sirios tomando
mate. Saqué mi teléfono del bolsillo y busqué rápidamente. Es cierto, en Siria
el mate es una bebida muy popular. Los chicos argentinos y yo no lo podíamos creer.
Bu Shu, otro joven tenimesista saudí que se aloja en el centro y al cual los
ojos se le salían de las órbitas y se le desencajaba la mandíbula cuando Santi
le mostraba un video de los Redonditos de Ricota en Olavarria, tocaban “ji ji
ji” y el cámara se centraba en el mega pogo descontrolado de cientos de miles
de personas. Bu Shu no daba crédito a lo que veía. En Arabia Saudí eso no pasa,
dice con firmeza. Para rematar al incrédulo joven saudí Santi le muestra un
video de las hinchadas del futbol argentino cantando o gritando un gol. El
saudí quedó atónito. Santi y el resto de los argentinos no paramos de reírnos
de su descrédito y de nuestra “locura”.
Podría seguir por horas contando
anécdotas como esa, o como gracias al Google traductor uno de los chicos
argentinos se hizo muy pero muy amigo de una belga. El no habla ni una papa de
inglés, menos francés, y ella no habla español, pero no es el objetivo central
de este relato.
Hace cuatro años comencé un proceso
muy particular, inédito. Dirigir un programa olímpico en Argentina. Comencé con
400 chicos realizando múltiples encuentros en diferentes partes del país, desde
Jujuy a Tierra del Fuego, diferentes subculturas, clases sociales, intereses y
composiciones familiares, todos unidos por el tenis de mesa. Eso desembocó,
después de un arduo trabajo, en un grupo final de 8 chicos, de los cuales varios
son del interior, se fuesen a vivir a Buenos Aires para poder entrenar de la
mejor manera posible. Eso desembocó en múltiples giras por Europa con esos 8
chicos, 7 hombres y una mujer que estuvieron en España, Bélgica, Eslovaquia,
Eslovenia, Croacia, Polonia, Alemania, China, República Checa entrenando y
compitiendo, conociendo a jugadores de otros países, diferentes culturas y
formas de entender el deporte, de entender la cultura, la vida misma.
Esta increíble experiencia, que
sirvió para que los chicos crecieran deportivamente, y yo profesionalmente,
magnificó y resignificó mi lectura de la función del deporte como herramienta
para un mundo mejor, para que las personas sean mejores, para crecer, para la
paz y no la paz como la ausencia de guerra, la paz entendida como la
visibilización del otro, la real, no la de las redes sociales; el desarrollo de la empatía, o el “simple”
hecho de saber que existe el otro y que ese otro tiene una realidad distinta.
Ver a Martín conversando con un
nigeriano y entender que ser “negro “no es un insulto. Ver a Santi, con solo 16
años, riendo a carcajadas con un saudí, a uno enamorarse de una belga, aunque
no pueda hablar con ella fluidamente, a Camila saliendo a tomar un café con una
canadiense, una japonesa y una australiana. A Leandro aprendiendo a jugar un
juego de carta que practican los indios, a Francisco jugando a la play con un
noruego, es lo que yo entiendo por la paz y el deporte como vehículo hacia
ella.
Estos chicos, argentinos y de otros
países, ya son mejores, ya saben que existe el otro y podrán entender un mundo
mejor, con menos discriminación, con más entendimiento, con más respeto y sabiendo
que hay otras formas de llegar al objetivo.
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