sábado, 1 de diciembre de 2018

JUEGOS OLÍMPICOS DE LA JUVENTUD 2018. EL GRAN PUENTE. ANÉCDOTAS


Sacudía el mate, tapando la boca del mismo para sacarle un poco de polvo a la yerba. Levanto la vista y veo a un grupo de jóvenes que me miraban con curiosidad, con desconcierto, “¿what is that? (¿qué es eso?)” me preguntó uno de ellos. Nigeriano, él, de solo 17 años, “si, ¿Qué es eso?” se animaba un alemán, y se acercaban una croata, una tailandesa, un egipcio, un austriaco, una serbia, mientras que de lejos miraban un par de chinos. “Mate” dije, que es un tipo de té, comenté para salir rápido del paso y decir algo que es una verdad a medias. Me rodearon y veían con atención como cebaba uno y como me lo tomaba. El alemán se animó a probar, y los demás atentos miraban su reacción. Puso una tremenda cara de asco y los demás retrocedieron como si se hubiese infectado algo contagioso. “Pasa que yo lo tomo amargo, con azúcar pasa mejor”. “Es rico, me gustó” dijo Cedric agregando que lo que le sorprendió es que estuviese caliente, pero que era rico, de todas maneras, ningún otro se animó a probar. Pero desde ese día, en Shanghái en el contexto de un campamento de entrenamiento para jugadores clasificados para los juegos olímpicos de la juventud, Martín, el jugador argentino clasificado, y yo, nos hicimos visible y Martín hizo varios nuevos amigos.





Sentado alrededor de la mesa rodeado de cinco saudíes, un australiano, una suiza, tres alemanas, un mexicano y una jordana, tomaba mate tranquilo en Bad Aibling, un pequeño poblado rural ubicado a unos 50 kms de Múnich, Alemania. Fui con Martín a un centro de entrenamiento muy prestigioso para que el jugador argentino realice su entrenamiento específico después del intenso campamento en China y que  cerraria su preparación para los Juegos Olímpicos de la Juventud. Uno de los saudíes, de tan solo 21 años, me preguntó, tímidamente, que estoy tomando. “Mate” dice Bara, la chica jordana, es lo que toman los sirios, afirma con seguridad. No puede ser, dije, Martín también se sumó a mi descrédito, al igual que Santiago y Francisco, dos chicos argentinos que también entrenan en ese centro. Si, reafirmó ella, es mate, lo que toman los sirios. ¡¡Que no!! insistí, debe ser algo parecido, solo se toma en algunas partes de Sudamérica, le dije. No, respondió y, como hacen los jóvenes hoy para argumentar, ratificar o rectificar algo, sacó su celular y se puso a escribir. A los pocos segundos, su cara se iluminó de triunfo y me mostró. ¡¡No lo podía creer!! Sirios tomando mate. Saqué mi teléfono del bolsillo y busqué rápidamente. Es cierto, en Siria el mate es una bebida muy popular. Los chicos argentinos y yo no lo podíamos creer. Bu Shu, otro joven tenimesista saudí que se aloja en el centro y al cual los ojos se le salían de las órbitas y se le desencajaba la mandíbula cuando Santi le mostraba un video de los Redonditos de Ricota en Olavarria, tocaban “ji ji ji” y el cámara se centraba en el mega pogo descontrolado de cientos de miles de personas. Bu Shu no daba crédito a lo que veía. En Arabia Saudí eso no pasa, dice con firmeza. Para rematar al incrédulo joven saudí Santi le muestra un video de las hinchadas del futbol argentino cantando o gritando un gol. El saudí quedó atónito. Santi y el resto de los argentinos no paramos de reírnos de su descrédito y de nuestra “locura”.
Podría seguir por horas contando anécdotas como esa, o como gracias al Google traductor uno de los chicos argentinos se hizo muy pero muy amigo de una belga. El no habla ni una papa de inglés, menos francés, y ella no habla español, pero no es el objetivo central de este relato.
Hace cuatro años comencé un proceso muy particular, inédito. Dirigir un programa olímpico en Argentina. Comencé con 400 chicos realizando múltiples encuentros en diferentes partes del país, desde Jujuy a Tierra del Fuego, diferentes subculturas, clases sociales, intereses y composiciones familiares, todos unidos por el tenis de mesa. Eso desembocó, después de un arduo trabajo, en un grupo final de 8 chicos, de los cuales varios son del interior, se fuesen a vivir a Buenos Aires para poder entrenar de la mejor manera posible. Eso desembocó en múltiples giras por Europa con esos 8 chicos, 7 hombres y una mujer que estuvieron en España, Bélgica, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Polonia, Alemania, China, República Checa entrenando y compitiendo, conociendo a jugadores de otros países, diferentes culturas y formas de entender el deporte, de entender la cultura, la vida misma.

Esta increíble experiencia, que sirvió para que los chicos crecieran deportivamente, y yo profesionalmente, magnificó y resignificó mi lectura de la función del deporte como herramienta para un mundo mejor, para que las personas sean mejores, para crecer, para la paz y no la paz como la ausencia de guerra, la paz entendida como la visibilización del otro, la real, no la de las redes sociales;  el desarrollo de la empatía, o el “simple” hecho de saber que existe el otro y que ese otro tiene una realidad distinta.
Ver a Martín conversando con un nigeriano y entender que ser “negro “no es un insulto. Ver a Santi, con solo 16 años, riendo a carcajadas con un saudí, a uno enamorarse de una belga, aunque no pueda hablar con ella fluidamente, a Camila saliendo a tomar un café con una canadiense, una japonesa y una australiana. A Leandro aprendiendo a jugar un juego de carta que practican los indios, a Francisco jugando a la play con un noruego, es lo que yo entiendo por la paz y el deporte como vehículo hacia ella.
Estos chicos, argentinos y de otros países, ya son mejores, ya saben que existe el otro y podrán entender un mundo mejor, con menos discriminación, con más entendimiento, con más respeto y sabiendo que hay otras formas de llegar al objetivo.

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